El Eterno Retorno ✧

Ouroboros o Uróboro, la serpiente que devora su propia cola, es un símbolo que nos ha resonado desde hace milenios. Su significado cíclico es atractivo porque representa esa naturaleza de la vida: el ir y venir eternos de tantas cosas que nos rodean y que nos forman desde el interior. Desde los egipcios antiguos hasta la actualidad, esta víbora nos recuerda sobre la eternidad que reside en el ciclo de la existencia, la dualidad de la vida y la muerte, la noche y el día, el ir y venir de las olas del mar, que se siguen una a la otra en un cuento de nunca acabar. A veces una serpiente, a veces un dragón, este animal consumiéndose a él mismo sirve para recordarnos que un ciclo contiene creación y destrucción dentro de sí.

Para los alquimistas esta serpiente es un símbolo de transformación espiritual, y al mismo tiempo es la materia prima del todo. Es la sustancia esencial de donde surge toda creación, e integra en armonía la dualidad y el perpetuo movimiento: la esencia de la existencia. Algunas imágenes de la Uróboros se colorean de blanco en una mitad y de negro en otra. Esta dualidad remite también a otras figuras como el yin yang y representa la coexistencia de opuestos que se complementan y que son parte del funcionamiento del universo que habitamos.

Nuestra experiencia como humanos contiene muchas veces un grado de desesperación que choca contra lo absurdo de eventos repetitivos que no llegan a una meta clara, sino que nos hacen sentir como si diéramos círculos perdidos dentro de un bosque. Lo único perpetuo es el cambio. La cumbre es el inicio del descenso, el movimiento no cesa y después del desastre viene un milagro, y luego un desastre otra vez, así sucesivamente. Y luego morimos.

tiempo = movimiento = transformación

Anillo Ouroboros

Todo termina y vuelve a empezar, de la ruina resurge la vida de nuevo y la naturaleza reina en esta secuencia de inicios y finales. Y sin importar la fuerza y tamaño de un fenómeno, ser, u objeto, una vez creado llega inevitablemente a su propia destrucción. Aprender a navegar el tiempo y las vueltas infinitas de las manecillas es esencial, todo pasa, todo termina, y eventualmente vuelve a empezar. Y si el tiempo es una serpiente, dejaría de pelearme con él, pero quisiera enredarla.

Si pudiera hacer un trato con el diablo, pediría más tiempo para todos. No sólo para mí, la inmortalidad debe ser una maldición. No quiero ver el fin del mundo sola. Lo que si quisiera es que todo durara mucho más. 20 años de niñez y una vida entera para curiosear en los cerebros de mis ascendentes hasta conocer sus pasados tanto como si yo hubiera estado ahí.

Temporadas tan largas viviendo en otros lugares, que me hagan sentir como si fuera yo endémica de esa ciudad. Las amistades podrían seguir yendo y viniendo, pero para quedarse y disfrutarse mucho más tiempo del que duran normalmente. Podríamos todos leer más historias, crear más objetos, y las casas estarían llenas de libros y cuadros y colecciones de todo tipo. Cada viaje sería una estancia, sobremesa obligatoria tras cada comida.

Nuestra identidad tal vez sufriría mucho más en los momentos de cambio pero tendríamos la certeza de haber tenido suficiente tiempo. No me interesa saber ya todo, lo que quiero es el tiempo de aprenderlo.

El paso del tiempo no perdona, es cruel y despiadado. Hemos peleado contra él, hemos intentado estirarlo. Nunca nada lo prolonga. Tal vez la clave esté en enredarlo, complicar su libre flujo, dar la impresión de alargamiento dando vueltas por el mismo lugar varias veces antes de seguir a lo que viene.